27 sept 2009

BELLADONNA

.

Déjame atrás, corróeme
con el intenso golpetear de tu bonanza.

Comencé a llorar a las ocho sin razón alguna, y ella vino des-pa-ci-to a tratar de consolarme. Me odia, me odio por eso mismo, pero sigo sin comprender. “Ella”, sólo la complejidad de una palabra. Maldita sea ella o yo mismo, que carezco de conocimientos para comprenderla.

No tengo hijos. Eso es cierto. Anoche charlábamos sobre los beneficios de ser padres. Y después me odié más… ¿Y qué?
Quisiera tener hijos. Pero no tengo la fuerza necesaria para enfrentarlos.

Ella. Siempre regreso a ella.

Es como si disfrutara torturarme con su imagen. Y tengo (siempre escribo que tengo: veamos) tengo el hígado destrozado, y principios de enfisema. Un conato de panza, como en alguna canción radial. Tengo un apetito insaciable de palabras, que nunca dejan de ser Ella.
Y ella
nunca vuelve.

Seré sincero conmigo mismo (me dije) y comencé a tatuarme su nombre con sangre en el pecho. Comencé a llorar. Era poco después de las ocho, y comencé a llorar.

Ahora siento que me desvanezco. Tal vez me haga falta una copa. Anoche bebí dos litros de vodka, y aún me siento como si se fermentaran
dentro de mí. Qué raro es
que siga repitiendo palabras. Qué raro es que todavía
no haya mencionado a Belladonna.

Ella me ama. Eso dice.
Eso me dijo la noche que la abandoné en el jardín.
(Cuánto la quise.)

Belladonna.
Se vino conmigo para consolarnos mutuamente. Pero cometió el error de amarme. La muy idiota. Bebió de mí cuanto quiso. No dejó
ni una gota de mi saciedad.

Era bellísima, y yo la odiaba. La odié como a mí mismo, porque la muy puta me amaba.

¿Por qué la gente comete esos errores?
No ames a nadie. Déjate llevar por la marea. Olvídate de las emociones. Vuélvete agua: “seamos de agua”. Eso es lo único que pido. Pero no cometas esos errores. No te enamores, pibe. (Cabe aclarar
que la puta es argentina.)

Anoche lloré
después de las ocho.

Estuve pensando en Ruth, ella no me amaba, pero me engañó. Enseguida supe que no debía creerle. Pero me engañó (caí en la trampa). A ella también la abandoné. Incluso siento
vergüenza ajena. Y siento
la sangre que hierve
cuando repito sus nombres.

“Ellas”. ¿Por qué serán tantas? ¿Por qué son tan imbéciles como para fijarse en mí?
Si soy un bicho y nada valgo.

¡Salud!
Beberé una copa. Y comeré ravioles. Nada más
tengo qué hacer. Voy a comer la pasta que tanto me gusta, como cuando joven. Tal vez la llamaré después de las cinco, y le diré lo maldita que es.
Y comeré ravioles.

Belladonna, por qué es tan macabra tu sinsalud. Si ni siquiera mereces signos de interrogación. Tú no eres ella, tú no me engañas, pero me odias. Ése es tu verdadero atractivo.
No me ames, maldita. Ódiame.

Porque, si me amas, nada valdrás.
Serás pasajera.




19 sept 2009

DRUNK #3



Get drunk! Me dijo Pepe Grillo. Y el maldito lleva sentado quince momentos desde bien entrado el crepúsculo. ¿Pero qué digo? Se vino lagrimeando desde los valles del asterisco (*). ¡Cajúm!

El agudo desprendimiento de las estrellas no tiene corazón
para contarnos:
del novelístico arrepentimiento, que lleva rimas a través del espacio…
del circunflejo espacio repetitivo, que se condensa
en las avenidas de la introspección…
de los arrieros caminos, que dan mil vueltas alrededor de Marte…

Y pareciera que no sé decir nada que no se dañe –o se autodañe– pero, en realidad, estoy consciente de haber trascendido mis propios (elípticos) discernimientos sobre la frase “mi amor”.
Es que no vale (no sé, no sé nada) me dijo mi amigo. ¿Por qué no se calla? –me pregunté–

Llevo cinco segundos
más
constreñido que la guadaña de la muerte…
(Y estoy aprovechándome de los tres puntos, pero qué mierdas, si da lo mismo
si es
“en un dos por tres”)

Cuando te convierta en embalaje
lo renglones no volverán.

Comenzaré a extrañarte
como la extraña y raquítica inmensidad que nos invade en la evolución de Dios.
El odio –las indiferencias– nos vienen de lastre
desde cinco años antes
del 2010.

Aquí –quince mililitros después de terminar de amarte–.
(Mi palabra.)
Tampoco volverá.
...

11 sept 2009

DRUNK #2



Tuve el descaro de navegar en la octava dimensión después de Neptuno. Tuve la picardía también de enamorarme de la mujer violeta que habita al fondo de esta casa –aunque en mi casa nunca hubo fondo en realidad.

Tuve la gracia de someterme a las más salvajes alteraciones climáticas aquella lejana noche del 26 de abril, y todavía puedo seguir cantando a capela sin sentir ningún remordimiento.

Hoy logré desencadenar en mi cabeza un sentimiento tan común que no puedo recordarlo.

Pero tengo la manía de contárselos cual si fuera queso: lo unto, lo embarro a mis discernimientos sobre la brevedad de la palabra odio.

No me odio, pero no me entiendo. Quisiera saber si no fui hecho para escribir conjugaciones semánticas. ¿Será simplemente que nadie es capaz de concebir qué demonios quiero decir?

Debo ser sincero: soy irremediablemente cínico para escribir un noticiero, no llevo siquiera un diario, carezco por completo de fórmulas y características propias de la cultura pop. Nací demasiado viejo para vivir. Crecí clavado en una cruz de hierro.

Mi corazón es muy complejo para describirlo. Catártico, anda de vianda en vianda. Come a mordidas de la paciencia de las palabras y la premura de sus dislocaciones.

No tengo nada de lo que pueda estar conforme, sin embargo me enorgullezco de concebir cada día una nueva idea. Mas, qué mierdas, ninguna se concreta del todo.


...

7 sept 2009

DRUNK #1




Quise empezar todo en un momento de fractura. Aunque la verdad no tengo la menor idea de lo que ello quiere decir, pero suena demasiado bien como para dejarlo irse.

Quise empezar todo en una noche de domingo. Eso sí sé lo que significa, y sin embargo me parece de lo más parco como para poder explicar lo que quiero –aunque “yo” no sea, por lo pronto, muy similar a “ello”.

Estoy tratando de comenzar, pero no todavía no sé qué. ¿Un artículo, un ensayo, una novela? ¿Un poema que tiene de poema lo que yo tengo de usurero? –Dijéramos, pues, lo que tengo de judío.

Llevo cerca de dieciocho horas de trabajo en algo que no sé qué es –como yo– pero que es como yo y no sé cómo no evitarlo.

Metí la batidora a la baticueva el viernes a las once para hacerme unas margaritas. Pero olvidé que no tenía tequila y tuve que prepararme solamente dos “gin and tonic”.

La parte del espacio en la que no subsisto es justamente la parte de trasera de la atalaya de mi madre, desde aquella ocasión primera en que me preguntó cuántos hijos tenía. (Y capturé eso en la obra 26 que escribo. Hoy en día, la única versión que pretendo terminar.)

Volví, el viernes pasado, a amurallarme dentro de una visión teatral. Y licué conmigo a Sha-kes-pea-re (léase en castellano) en dos voces de las más irrelevantes que pude encontrar en la estantería de mi casa.
Puse “6 personajes en busca de un autor” a la receta.

Después puse salpimienta y dos gramos de ron, que tuve que destilar directamente de mi sangre porque –cosa rara– no había en la nevera.

Debo confesarlo: es la primera vez en mi vida que escribo una adaptación.

–Aunque ya tengo un guión técnico de Carmen–
...

4 may 2009

UN GRITO DESESPERADO

Corría un día sábado como cualquiera, cuando un Saúl como cualquiera decidió salir de casa para ver un proyecto dancístico que se presentaba en el Teatro de las Artes de la bella ciudad de Monterrey. Tras haber disfrutado de la función recordó que había quedado de verse con su amiga Lily Papaya en un bar de la zona centro para degustar algunos tragos y actualizarse mutuamente sobre cómo les trataba la vida.

Después de llamar a la joven Papaya para confirmar la cita, llegó presto al lugar para tomar asiento en la barra y comenzar a beber la montaña de cervezas que tenía planeada. Entonces Lily y el resto de la banda dieron inició con su arribo al sitio destinado. Pero este peculiar Saúl cargaba consigo la manda de retirarse temprano, ya que su capital apenas alcanzaría para los tragos necesarios en el bar, y su autobús se convertiría en calabaza al sonar la medianoche.

Entonces la joven Papaya decidió pararse de su asiento a bailar con la bella Melyly y el muy estimado Mario, a lo que este Saúl decidió permanecer sentado frente a la barra bebiendo como buen entendedor. De pronto, dado que aquel bar era conocido por ser sitio de reunión de los góticos de la ciudad, llegaron ahí un grupo de jóvenes muy afeminados y con sus trajes de noche. Fue entonces cuando uno de aquellos se acercó y tomó asiento bien sobres con cara de “necesito hombre” junto al pobre bebedor, que tras verse en embestida optó por poner pies en polvorosa y se lanzó hacia la pista para bailar con sus amigos.

En esas andaba cuando una chica de no-malos-bigotes, quien se encontraba bailando con los demás, comenzó a destinar sus cadenciosos movimientos hacia la entrepierna de este despistado Saúl. Después de un par de piezas resultó obvio lo que el cruel destino tenía preparado para él, sobre todo cuando la chica lo condujo sin vacilar hacia el otro lado de la pista junto a una pared. Una vez ahí tomó a este inocente Saúl de la mano y se la colocó muy insinuantemente en uno de sus protuberantes senos…

A lo que Saúl puso cara de “¿WHAT?”

Siguieron bailando un rato cuando la chica se cansó, así que fue por su suéter y decidieron sentarse a conversar y continuar con el desfile de botellas. Platicaron de muchas cosas. La chica era actriz y cantante con un proyecto a presentar en un teatro de la ciudad, lo cual a Saúl pareció muy interesante. Pero su carroza amenazaba en convertirse en calabaza, por lo que a las 11:30 tuvo que decir a la chica: “ahí nos vemos… ya me voy”.

Ella repuso un contundente: “nooo!”, y se le fue encima atormentándolo con extravagantes besos y caricias. Ante tal castigo, el torturado Saúl debió avisar a su inquisidora el porqué debía irse, ya que no contaba con presupuesto suficiente para tomar un taxi a casa. A lo que ella replicó: “no te apures, yo me voy a la una… te vas conmigo y te quedas en mi casa”.

Una vez más, Saúl puso cara de “¿WHAT?”

Pero encendido por “la duda” decidió aceptar. Así que siguieron echando tragos, mientras el acomedido Saúl debió soportar con fortaleza aquel cruel tormento de besos y caricias.

Ya cerca de la una de la mañana ambos salieron del bar y dirigieron sus pasos a una tienda cercana ® para comer un jocho. Una vez saciado el paladar salieron de nuevo a la avenida para tomar un taxi con rumbo al poniente de la ciudad, donde la chica alegó se encontraba su hogar.

Tras intercambiar algunas palabras con el amable conductor llegaron por fin a su destino, y ya bajo la unidad se plantaron ante las puertas de la cochera cuando de pronto la susodicha empezó a gritar a todo pulmón: “MAMAAAAAAAAÁ!!!!!”.

Nuestro extrañado Saúl volvió poner cara de “¿WHAT?”

Entonces ella volteó y le dijo: “es que no traigo las llaves…”

Pasaron los minutos y nadie salía. Al mismo tiempo que la puerta no daba señas de ceder en sus intentos de aplicar las antiguas quisquilles de “ábrete sésamo”. La chica desesperó y decidió gritar aun con mayor fuerza:

“MAMAAAAAAAAÁ!!!!!”

“PAPAAAAAAAAAÁ!!!!!”

“ABUELITAAAAAAA!!!!”

Saúl volvió al “¿WHAT?”… y pensó: “en la madre… aquí está toda la familia…”

Cuando de un instante a otro la puerta se abrió dando paso a una señora que muy amistosamente les recibió enfundada en los más híbridos pans-pijama. En ese momento el valeroso Saúl trató de zafarse alegando que un amigo suyo vivía cerca de ahí, y que solamente había acompañado a la chica para demostrar sus dotes de caballero y que no tuviera que atenerse a los peligros de regresar sola. Pero sus intentos fueron inútiles. La señora los adentró en el recibidor. Enseguida el atolondrado Saúl y la chica subieron al segundo piso. Se adentraron en unos de los cuartos que ahí se encontraban y dejaron a la señora con bien para que pudiera descansar.

Saúl pensó: “¡ya chingué!”

Por desgracia su alegría era una víctima más de las crueldades del destino, pues resultó que la chica únicamente subió con él para mostrarle las instalaciones y se acomodara mientras ella recogía sus correspondientes pans, dado que dormiría con sus papás. Sin embargo, antes de marcharse no cesó en sus cuantiosos tormentos de besos y caricias con los que continuaba martirizando a nuestro condenado Saúl, quien para ese momento ya no podía salir de su cara de “¿WHAT?”.

Una vez cumplida su tarea, la chica se marchó, pero al poco tiempo mientras nuestro héroe se retiraba los zapatos volvió so pretexto de haber olvidado el celular. Una vez más partió y regresó cuando el intrépido Saúl se encontraba ya recostado, con otro pretexto igual de lúdico. En ambas ocasiones siguió atormentándolo con sus desdenes de placer impúdico.

Así, llegó la madrugada con sus desplantes de tranquilidad y sereno, pero Saúl tuvo que pasar la noche solito y frío entre instrumentos musicales y peluches.

A la mañana siguiente despertó de súbito al escuchar un gran estruendo en la planta baja, pues la chica practicaba su mágico canto engatusa-hombres y tenía la música puesta al máximo. Aguantando como Ulises, caro a Marte, Saúl decidió no salir de la habitación, ante el aún fresco temor de aquella noche. Casi una hora después de haber comenzado el concierto de imprecaciones al mal, se pudo percibir en la distancia el sonido de un automóvil que se allegaba a la cochera de aquel templo a la inmolación. Fue en aquel instante cuando el gallardo Saúl decidió que era el momento de abandonar aquel infierno y se dedicó a preparar lo necesario para emprender la graciosa huída.

Cargó consigo la bufanda y el saco que descansaban plácidamente sobre el respaldo de una silla, y presto se lanzó a enfrentar las Furias que aguardaban en su camino hacia la luz del astro rey. Al bajar las escaleras, la señora que les recibió recién llegados lo detuvo antes de alcanzar los placeres de la libertad. Y con el mismo tono amistoso con que se había dirigido a él en la encumbrada noche le pidió que no apremiara su salida e hiciera el favor de permanecer hasta después de haber almorzado con la familia varios manjares que tenían ya colocados en la mesa.

Nuestro tácito héroe pensó de nuevo: “¡en la madre!… ¡de aquí salgo con bodorrio!”

Y decidió hacer uso de su distintiva sagacidad. El hábil Saúl decidió optar por el pretexto de tener que ir a recoger urgentemente un encargo que su “hermana” le había pedido hiciera lo más temprano posible. No obstante, para alargar más su salida y dejar que las llagas del sufrimiento y el desdén calaran aun más hondo de lo que habían conseguido adentrarse en su recrudecida alma, la mujer lo dejó en espera de que la chica, quien le había conducido con engaños y auspicios de placer hasta aquel sitio, pudiera salir a despedirlo. Ella hizo acto de presencia con unas marañas de cabello que bien pudieron emular las serpientes que adornaban la cabeza de Gorgona. Y cual Perseo en Dicterión en Samos, con un indiferente “ya me voy…”, decapitó los deseos de aquella moderna Medusa.

Sin más remedio, la chica condujo al imponente Saúl hasta las puertas que daban a la calle. Y aunque sin estandarte ni blasones, pudo cruzar el portal de aquel Hades, cuyo umbral se pintaba de hermosura conforme era iluminado por la esperanza.

Delante de sí parecía encunarse solamente la libertad, pero no es posible detenerse a esperar más que lo inesperado, y la mortaja de los dioses todavía tenía preparadas un par de sorpresas para quien cuyo único delito había el de confiar ciegamente en los solsticios del placer.

Una vez alcanzadas las bondades del día, el ahora más cauteloso Saúl pudo salir de la escena y correr despavorido por las calles de la ciudad; para ser más precisos: por Gómez Morín. Al llegar a la primera estación de trenes a su alcance buscó con ansias el auxilio del metrobús para poder regresar sano y salvo a su morada. Pero, ¡oh, sorpresas del destino que no quieren que un hombre bondadoso cumpla con sus actos!, al desembolsar el dinero que tenía en el pantalón pudo notar que únicamente contaba con la cantidad de siete pesos, contantes y sonantes. Supuso que el resto debió caerse en la cama durante alguno de los martirizantes ataques y jugueteos de la noche anterior, misma que por las prisas de abandonar aquella cámara de torturas no se dio el tiempo de revisar. Por desgracia, la tarifa del metrobús ascendía a la asombrosa cantidad de siete pesos con cincuenta centavos, lo que le dejaba de lleno fuera de la jugada.

Salió de la estación y alcanzó una vez más el imperioso frío de la intemperie. Tomó camino sobre la avenida en busca de un cajero bancario que pudiera sacarle de tal apuro. Anduvo sigilosamente algunas cuadras hasta que su débil mirada pudo a percibir a lo lejos el oasis que haría medra en su sufrimiento. Ubicándose dentro del cajero sacó la cartera y entró en cuenta que sólo cargaba consigo una de las tarjetas que abogaban por su bienestar monetario, cuando al revisar el saldo en la máquina se vio presa de una nueva calamidad, pues aquélla no contaba con cantidad suficiente para embolsarse ni un billete. Las gracias del aporte gubernamental que le auspiciaban, alias beca, no habían sido concretadas, así que debió continuar una larga brecha hasta que la esperanza volviera a sacudir los embistes de las Parcas.

Cuarenta y cinco minutos casi exactos fueron la cúspide en su andar, cuando finalmente pudo dar con la afamada avenida Ruiz Cortines. Ahí podría tomar una ruta de autobús que le condujera hasta su añorado destino, o al menos a una distancia que no fuese tan monumental como desde donde se encontraba. Gracias a los dioses ésta costaría únicamente cuatro pesos con cincuenta centavos: cantidad que alcanzaría perfectamente con el presupuesto que enfundaba.

El bus llegó al fin y nuestro cansado Saúl pudo alcanzar los lares de una colonia ya muy conocida en la ruta de regreso a su cobijita preferida. Caminó de nuevo, cada vez más bravo, pero ahora con un rumbo fijo y la única meta de llegar a su hogar.

Finalmente consiguió su propósito. Pero al contar la triste historia que os narro, su madre no hizo más que atacarse de la risa en plena cara del joven, quien confundido sólo pudo contentarse en lanzar unos de sus ya conocidos “¿WHAT?”. Así que corrió sin rumbo, gritando como niña despavorida, hasta que tras haber perdido la noción del tiempo y el espacio decidió contar sus penas al viento.



...

18 abr 2009

REFLEJO

Todo alrededor borroso. La mirada legañosa. El despertar maltrecho. Y los pinchazos en la cabeza, cada vez más fuertes. Me aprisionan. Siento punzadas, como cuchillos invisibles en mi cerebro. Únicamente cierro los ojos y siento. Me concentro en sentir las punzadas, las arrítmicas pulsaciones cardiacas de mi cuerpo. Abro los ojos y observo el suelo, con sus envases de cerveza vacíos y un par de pelucas rubias y mal peinadas. En realidad, casi deshechas.

El piso de duela, algo maltratado en ciertas partes, y a primera vista se nota que le hace falta una buena encerada. Entre los envases y las pelucas lo más interesante. Dormido, y con el lápiz labial rojo sangre que compré para Lissette hace un par de días junto al rostro, un tipo.

No lo reconozco. De hecho, llevo rato observándolo y aún no logro saber quién mierda es el cabrón.

Todavía no despierta. Creo. Al parecer es alto pues ocupa un buen cacho de suelo, y la espalda ancha da la impresión de que es uno de esos ejemplos de macho tozudo, de hueso grueso, que suelen pesar más de lo que aparentan; maldecidos por una seria falta de sentido común. Trae puestos unos jeans azules, deslavados, con manchas cafés en las rodillas y el trasero. Sin camisa, y a pesar de los pectorales bien trabajados, carga en el abdomen un bulto malformado de grasa, que cuelga y se desparrama en la duela como un costal de harina tirado al azar. Aunque su piel es blanca, con un tono lechoso, su cabello es muy oscuro: largo y en caireles que no me han permitido verlo bien. De no ser porque nada le cubre el torso, fácilmente lo confundía con una mujer gracias a la melena. Aunque una bastante obesa y masculina.

Por un momento pensé que era Javier pero él, cuando siente que los estragos del alcohol le ganan, suele buscar un lugar más cómodo para dormir que la frialdad de un piso de madera. A pesar del calor, puedo sentir lo helado del suelo. ¡Alguien debería comprar un abanico!

Aún con las punzadas. No recuerdo ningún lugar con finta de cancha de baloncesto. Todo me resulta desconocido. No suelo desconcertarme por cualquier pendejada. No siento cansancio. Pero la resaca. El gordo la haría bien de almohada.

*****

No sé dónde ni con quién jodidos estoy. ¿Qué putasmadres hago yo aquí, despertándome frente a un desconocido? De a dónde fui la anoche, no tengo la menor idea. Hasta el momento sigo con la mente bloqueada, como si el cassette estuviera en reward. Por eso prefiero los CDs. Hasta donde logro acordarme, iba a pasarla en casa de Marco, con él y con Javier, echando tragos en honor a la pereza. Sí, de eso sí estoy consciente: íbamos a beber ron mientras jugábamos en la computadora. Cualquier cosa. El Internet y la consola del X-box. Las noches de ocio de fin de semana. El weekend de los desheredados. Por lo menos esa era la idea cuando salí de casa…

Y de regreso. ¡Puta, otra vez! Ya no son sólo punzadas. Arde. Mi cuerpo completo hirviendo en aceite. ¡Maldita la herencia de Cuauhtémoc! La cabeza quiere darme vueltas… ¡Bien! Además de estar completamente en la pendeja, sumémosle a eso un complejo a la “exorcista” de tipo hipocondriaco.

¿En qué estado me habré puesto para terminar así?, y para acabarla de joder con amnesia temporal… O eso espero.

…No puedo detenerme en idioteces. Movilizarme. Necesito movilizarme, si no, no voy a recobrar nada… la memoria… o como quiera que se llame.

Es extraño. Me imagino que la fiesta estuvo salvajísima. Aunque dudo que los juegos de red provoquen estos pedos. Eso, o nos pasamos de copas. Al fin que no soy de los que beben con renuencia. Al buen entendedor, pocos tragos. Lo raro es que no tengo resaca… ¡Sí!… ¡No!… ¡Puta!… Okidoki: no tengo sed. Puras pendejadas. Pero de que todo yo de hombros pa’arriba me fui de vacaciones, no hay duda. Sólo dejo el dolor, las punzadas… el ardor. Alguien está haciendo carnitas de mí.

Es como si mi cuerpo no fuera mi cuerpo, siempre víctima de la deshidratación mañanera. Además no hay víctimas. No hay nadie además de don Tripas, las pelucas y los envases. Espera, y el lápiz labial de Lissette, que cómo chingados terminó en el suelo junto a quién sabe quién sea este cabrón.

¿A quién le estoy hablando?

Nombres van y vienen. Retumban en mi cabeza como si estuviese vacía. Eco: Marco… Javier… Marco… Javier… y de pronto no sé quiénes son esos cabrones… Sí… No… ¡¿Qué putada me está pasando?! Nombres que se han quedado sin rostro. Y no me acuerdo ni del mío.

Todo se detiene. Tranquilo, es la primera vez que pasa… supongo.

¿Qué chingados me metí?

Recuento. Hagamos un recuento: hay un tipo en el piso, botellas y pelucas. El piso es de duela, ¿qué más? Un sofá azul con brazos de madera en la esquina izquierda, abarca casi toda la pared. Y la pared es gris, un color bastante triste para la ambientación. Escenas de terror peliculescas. Como cinco metro de pared, y la otra habrá de medir unos siete. Poco más, poco menos. Hay una cama frente a mí, despuecito del panzón, pegada al muro. Es individual y tiene un cobertor encima, amontonado en la cabecera, tejido en café y morado, no muy grueso al parecer, y menos de mi gusto, debo decir. Aparte de eso no hay nada. Ni ventanas. No, sí hay. Una… dos puertas. Una de metal que está cerrada, paralela al sofá. Otra a mis espaldas, frente a la cama. Los límites de campo entre este puto y yo. La miro de reojo. Es de madera, y está entreabierta. El panzón y los otros al centro.

¡Ropa! Ni siquiera la había visto. Son varias cosas. Abajito del gordo. Una camisa… supongo que es de él. Una falda, una camiseta de tirantes y pantaletas. ¡Puta! ¿Mías? No… sí… Ya no sé ni en qué estoy pensando… Tal vez es un efecto visual, pero a primera vista parece que… ¡tengo senos!

Ni al cuento: estoy desnudo… o desnuda. Como sea. No recuerdo ser mujer. Si soy mujer no lo sabía. Y sí lo soy, o lo parezco.

Caderas. Caderas y senos. Pero no, mi cabello está cortito. Apenas y puedo palparlo con mis manos… pequeñas, aperladas, como de mestizo… mejor dicho mestiza. Pero aún no recuerdo cómo me llamo. ¡Puta memoria de pollo! Lo más aterrador es ver el pinche cobertor amontonado sobre el colchón, tan impasible, inmutable, como si supiera mi preocupación. El idiota del piso no se dio tiempo de ponerse la pijama, no obstante la cama fue usada.

Sólo de pensarlo me dan náuseas.

Mujer, ya caí en que soy mujer, pero aparte de eso pendeja. Cómo que revolcarme con tremendo troglodita. Y de remate, chance y hasta es travesti. ¡Puta madre! Aunque con tremenda melena dudo que necesite mucho de las pelucas. Tal vez los envases la hacen de consoladores. Refrigerados un ratito.

¡Mierda, que hasta me dan escalofríos!

OK, camino unos pasos hasta el sofá y me siento. La escena desde este ángulo no es menos patética. Lo único que cambia es que ahora la puerta de metal la tengo de frente y el otro puñetas está dándome la espalda, en la misma posición, casi fetal. No creo que esté muy dotado, de ser así pura madre que se me olvidaba el acostón. Cuando un hombre es bueno para el sexo una debe recordarlo, aunque estén prohibidas las emociones… supongo.

¿Y de dónde me salió lo filósofa? Ya estoy sacando conclusiones como toda una experta cuando hace diez minutos no sabía ni que era vieja. Pero así deben ser las cosas, digo, cuando vas a hacer algo, hazlo bien. Eso sí recuerdo haberlo escuchado alguna vez.

La noche de anoche. Qué hermoso pleonasmo. La verdad no sé qué significa eso, pero las palabras brotan de mí como notas de algún instrumento musical. El orden magistral. Tampoco sé qué chingados es eso. Hasta la palabra “anoche” se encuentra vacía, toda sin sentido ni significado. No tiene ningún significado, parece meramente simbólica, como si quisiera darme a entender lo puñetas que soy. Y esos putos nombres: Marco… Javier… de nuevo, rebotan de lado a lado en mi cabeza. Ya ni siquiera tienen orden, sólo juegan ahí dentro. Se avientan un futbolito de neuronas. Y “anoche” continúa sin sentido, toda llena de varios “tal vez” y “posiblemente”; el universo del anonimato.

El rompecabezas que viene a suplir al Medal of Honor y las manos de baraja. O como dicen los gringos: puzzle, fonéticamente tan parecida a push, por lo menos a mi percepción, y que indica esta última el funcionamiento de un botón: encender y apagar. Como lo hicieron con mi cerebro, y con mi cuerpo. Tanto así que aun digo pendejadas al aire sin saber qué putasmadres significan. Hipocondríaca y paranoica. Y los fonemas enclavándoseme en la cabeza: push = pussy, aunque probablemente menor qué. Lo bueno es que soy buena para las matemáticas. Esa justa palpitación en tono rosa mexicano, pussy-pussy-pussy, cubre completa la habitación. Medito, siento cómo el sudor me lubrica en todos lados… lo cual resulta bastante asqueroso.

Me imagino que camino por el jardín. Un jardín. El de una casa que no consigo imaginar completamente, y que de seguro es la mía por más que la desconozco. Me encuentro vestida con la falda ahí tirada, plisada y en color verde. La blusa no consigo definirla. Entrecierro los ojos. Podría ser un top muy fresco, o una blusa de botones y manga larga. Todo depende de la temporada. Digo, si soy mujer se supone que me importan esas pendejadas, que si no, ya me puedo sentir más rara que hace rato. De cualquier manera no sé cómo esté el clima allá afuera. Y no me importa en lo más mínimo. Por ende, en cualquier caso, la imagen entera será monocromática. Y la blusa, la dejaremos en manga corta para evitar inclinaciones que ni al caso. Pero qué pendeja: de tirantes como la camisetita del suelo.

Tal vez caminé hasta la parada de autobuses. Que lo que sea es un albur. Y esperé sentada. Me senté. Otro albur. Y los hombres que pasaban por la calle me miraban con lascivia. Algunos como si me conocieran, o me hubieran visto antes. Que si el rumbo es habitual, lo más probable es que así fuera. Que al cabo no importa, los hombres miran ganosos todo lo que tenga chiches, o aunque sea unas nalgas bonitas. “Agujero aunque sea de caballero”, suena lindo.

Se puede añadir feminista a la lista de mis complejidades.

Probablemente fue media hora lo que esperé ahí. No sé porqué, pero me imagino que eso es lo que tardan los autobuses de la ciudad. Claro, dado que estoy en una ciudad… supongo. Además la media es la medida perfecta: ni más ni menos sino todo lo contrario. Eso lo leí hace rato. Para que fuera una hora, la hubiera mejor destinado a otra cosa, y de ser menos no valdría la pena pensar en una espera decente. Cuando por fin llegó. Uno de esos colectivos estilo película británica pero sin los asientos al descubierto. Sólo el tamaño desmesurado. Y lo abordé: era la ruta X. Será mejor dejarlo indefinido en una variable, pues un número cualquiera es extrínseco a mi memoria. También eso suena lindo

¡La ruta X! Tan llena de posibilidades. La misma que probablemente me llevó hasta casa de Marco. ¡Cabrón sin cara! Después de media hora… treinta y cuatro minutos para establecer una medición exacta. Posiblemente al bajar de ella me dejó a unas tres calles de distancia. Supongo que los autobuses no transitan más que por avenidas y nunca en zona residencial, así que serán tres calles. Menos me parecería una falacia, y una sola más ya me daría hueva. A partir de ahora el tres será mi número favorito.

Imagino gente en la calle, mirándome, igual que lo hacían los tipos de la parada de autobuses. Tres lindas calles de subida, entre el frío de las nueve de la noche. Voto mejor por la blusa de manga larga. Digamos que se me olvidó en casa del otro cuate. Y por fin, en la esquina de una calle sin nombre, para variar. La casa del cabrón que se llama Marco. Me acerqué a la puerta. Ahora. Estoy ahí. Golpeo tres veces. Sólo las necesarias. Escucho pasos aproximándose, lenta pero estridentemente. Igual de lento se gira la perilla y…

¡A la mierda! Otra vez. Como si fueran agujas picoteándome el cerebro. Pequeñas espinitas con estragos monumentales. Palomitas, palomitas, palomitas. ¡Vaya forma de ver el mundo! Por putasmadres que ya no aguanto más. Sentado. De pie. Sentada. Cada vez atacan más recio. Será mejor largarme de aquí. Si no nunca voy a dar con algo en concreto.

Me levanto del sofá y camino hacia donde está la ropa. Pantaletas y falda, plisada y color verde. Dado que no lo sé exactamente daré por sentado que ésta es mi blusa. Si ya me lo imaginé así. Me la pongo como si fuese lo primero a la mano. Espontánea. Finjo estar despistada. No, mejor la camisa de mi amiguito, por si las dudas del frío. No está de más decirlo, el tipo tiene un gusto horrible. De cuadros. Parece leñador sureño del gringo. No sé qué chingados quise decir, pero ya lo dije. No. Mejor la camiseta, blanca y simple, de interior. De hecho es de hombre. Mi blusa quién sabe dónde esté, si es que traía. Ah, no, es esa. Pendeja.

Pero no te preocupes sansón, te prometo que no me iré sin despedirme. Flojito, flojito.

Ahora sí, a la mierda. La puerta de madera conduce al baño. Todo lo que se alcanza a ver es un espejo y el lavamanos. Ni para qué indagar más. La otra es la salida, pues a la otra iré.

Cerrada. Bueno, al menos eso me queda de consuelo: no es tan imbécil.

Seguro que la llave la trae en los pantalones. ¡Asco! Pero ni modo, habrá que tocarlo. Al cabo la mezclilla evitará que siquiera lo roce… Por amor de Dios, ¿qué es, un híbrido de mapache? Con tanto vello de seguro hasta tiene pulgas… Pero de burro ni madres. Ni a potrillo compadre.

Me lleva la chingada, no la tiene en los bolsillos. ¿Sabes dormilón? Ya boca arriba no te ves tan pinche. Podrías trabajar de montículo de béisbol. Algo de ejercicio no te caería mal.

Piensa niña, dónde pudo haber puesto las llaves. En el baño. Seguramente en el baño. Tal vez al tratar de ponerse bonito las dejó sobre el lavabo. O sobre el retrete después de haber parido. Que mierda, debe haber bastante ahí dentro. Es un barrilote.

Y despacio. Unos cuantos pasos hasta la puerta de madera.

El sanitario. Uno esperaría algo de aseo en estos lugares de vez en cuando. Sobre todo si vas a poner el culo pelón en un sitio desconocido.

La fetidez total. Hay agua regada por todos lados…

El trono. Ni en el excusado, ni en el lavamanos. Es estúpido, ¿dónde puso las pinches llaves?

Ahora estoy frente al espejo. Es extraño. Posiblemente lo más extraño que me ha pasado desde que me levanté. Pero no logro reconocerme. La cara un tanto ovalada. Mejillas regias y rojizas. Blanca, inclusive más que él. Debo suponer que eso es por el ron. Si es que hubo ron. Pelo corto, aunque no tanto como pensaba: negro azabache. Ojos pequeños color miel… ¡Qué mierdas! Parezco actriz de cine con el cuellito tan delgado. Si no lo soy, ya sé por dónde irá mi vida cuando logré salir de este muladar.

Ojos nunca vistos; «ojos bien abiertos». Frases prestadas de alguna película. Pensaba que sería lo mínimo que reconocería. La mirada, la pupila y el iris, debieran de ser tan propios como el pensamiento. Es imposible que no me haya visto antes. Ahora me pregunto si estaré soñando. Esto ya es un chiste. O estoy demente, o acabo de nacer y el cabrón de afuera me parió… Bueno, un complejito más a la lista.

Lissette… Lissette… Lissette… La del lápiz labial rojo sangre. Pero ella es… no, ¿mi novia? Pensándolo bien, necesito un trago. No entiendo ni madres. Y este lavabo está tan flojo como la panza de mi papá. Como si hubiesen estado jodiendo encima de él.

Perfecto. Quiero vomitar.

No confío en destapar el retrete. Sabrá Dios qué chingados tendrá dentro… En una de esas y sale mamá, y ora sí: ¡Qué viva la familia!… La tina. Sí. No pasa que tenga pelos del panzón. Chance y encuentro las putas llaves.

………

¡¡¡Puta!!! ¡¿Qué chingados?!…

¿Dónde estoy, en un matadero?… Me tapo la boca. Para acabarla de joder, ahora sí, no sé a dónde me vine a meter: un cabrón tirado fuera y otro destazado en la tina…

¡¡¡Dios, qué asco!!!… Hiede culero… peor que mi papá…

La puta peste atraviesa mis dedos. El mojón que alcanza al fin la luz… Oficialmente estoy, o en una pesadilla, o en una película de terror con bajo presupuesto… Extraoficialmente, soy buena filósofa. Pero a éste sí lo reconozco…

¡Guácala! Esto es pura mierda… No puede ser… Es estúpido… Tantas pendejadas… Ni que fuera discurso político…

Es… Soy… ¿Yo?


28 feb 2009

ALLÍ ENTRE BRAZOS

- Every solemn moment I will treasure inside
even though it's hard to understand
that a silent wind can blow that candle out
taking everything leaving the pain far behind -
Glory to the brave, Hammerfall.


Las seis de la mañana. Apenas comenzaba a despuntar el alba en unos cuantos rayitos de luz azulada y otros amarillentos atravesando los arbustos chaparritos alrededor del parque. Así se avisaba el inicio de una nueva jornada, con la noche guardándose entre los árboles legañosos.

En realidad, era poco ordinario ver un despertar así en San Jorge. Apacible pero extraña, la mañana era muy diferente a las que se ven comúnmente en la ciudad. Si ya de por sí, cuando llega el invierno, el cielo se distingue por tener una apariencia algo lúgubre, aquel día en que el joven salió a trotar lo era más aun; con unas cuantas nubes grisáceas que revoloteaban por el aire, muy arriba, como si jugasen a los quemados. Los espectros del sol se amodorraban a ratitos, escondiéndose tras de algún cirro para después resplandecer o cortar su brillo entre las ramas de los cipreses. Se dejaban también, unas y otros, reflejar en la superficie de la fuente, por la cual ya había pasado un par de veces, y su imagen galopaba sobre las aguas.

La verdad, todo el conjunto sugería un ambiente extravagante.

Él hacía sus ejercicios habituales, muy de mañana por el parque, gracias a que no quedaba lejos de casa. Su doctor de cabecera le había recomendado actividad al aire libre para que su condición física mejorara, a pesar de que el chico sentía que su estado de salud era perfecto. Sin embargo, no ponía ningún pero a la prescripción, pues el parque le gustaba sobremanera, poco transitado antes de las siete, hora en que la gente de los suburbios comienza sus labores diarias y salen todos a desfilar como hormiguitas.

Normalmente acostumbraba salir desde las cinco cuarenta de la mañana para poder llegar aproximadamente a las seis en punto y comenzar el recorrido, siempre con la misma ruta. Empezaba por la entrada de la calle Degollado, que le traía directamente de casa, y emprendía a partir de ahí una leve caminata mientras disfrutaba del frescor, con el aire medio denso y medio húmedo debido a la cercanía con la costa. Hacerlo así, desde temprano, le daba el tiempo suficiente para, a la hora en que se deja venir el gentío por los caminitos empedrados del parque, retirarse a dar un baño de agua fría, y todavía desayunar un tanto de fruta para mantener al estómago entretenido camino al trabajo.

Aquella mañana de martes no variaba de las anteriores ni de anteriores martes en lo más mínimo, salvo acaso porque el aire a soledad era más intenso de lo acostumbrado.

Todavía no daban las seis y media cuando la vio. Ella estaba sentada a un lado de la fuente, casi a punto de ser mojada por el chisporroteo del agua, en una banca color verde mate de aspecto miserable por el oxido. La vestimenta de la chica no hubiese tenido nada fuera de lo común: jeans, sandalias blancas un poquito empolvadas, y una blusa sin mangas de color azul; todo un atuendo veraniego. Pero algo raro para salir a la calle a mediados de Enero, más aun por la hora.

Tenía un aspecto medio enfermizo. Blanca, demasiado, con la piel casi traslúcida y los ojos, a pesar de tener el rostro inclinado hacia abajo, alcanzaban a vérsele enmarcados por una línea menguante, amoratada, que daba enorme énfasis al párpado inferior. Y se recordó a sí mismo frente al espejo cuando pasaba noches enteras frente a los libros de contabilidad para los cortes de mes. Lo que más le llamó la atención, debido al semblante cabizbajo de la chica, fue que parecía no pasar de unos diecinueve o veinte años. No estaba acostumbrado a ver a una persona de esa edad cuyo aspecto no fuera la jovialidad andando. A pesar de que tenía poco tiempo en la zona costera y desconocía la forma en que la gente se manejaba por ahí, supuso el caso un tanto anormal.

En primera instancia siguió con su ejercicio, sin importar la peculiaridad de la situación. Total, ¿qué dificultad sería tan fuerte como para molestarla o molestarse en preguntar qué sucedía?

Varios y distintos pensamientos le cruzaron la cabeza. Pero no… no es correcto meter la nariz en donde no te llaman. Así que decidió continuar y dar una par de vueltas más, hasta que la ruta de siempre le condujo al mismo sitio una vez más.

De ahí que hubo otra cosa. A pesar de la fachada escuálida de la chica, y la extraña mueca de desengaño que se dibujaba en su rostro de perfil, pudo verle muy hermosa. Su perfil medio sajón, conjugado con algunos rasgos orientales, con la nariz delgada y la quijada tan fina, emulaba a la perfección los dibujos de Nefertiti que vio cuando estudiante en los libros de historia universal, y que de pronto saltaron a su mente. Decidió observarla a detalle.

La imagen, fusión de actualidad y recuerdos, lo ciñó de pronto a ella. Era imposible dejar de mirarla.

Tras meditarlo un poco, sin detener el trote que cambió a ligero, se decidió a entablar conversación con ella, a pesar de poseer poca experiencia con las chicas. Pero sin darse cuenta rebasó la banca, y optó, pues, por pensar bien qué conversación sería buena seguir, o al menos intentar al comienzo, antes de volver a pasar por ahí.

Esperó hasta dar otra vuelta, planeando la manera de hacerse notar, pero esta vez recortó el camino por un par de brechas que le sirvieron como atajos y que, aunadas a una singular carrerilla bastante acelerada, lo condujeron de nuevo a la banca en apenas unos minutos. Y ahí permanecía, como si fuese decoración, cual mera estatua en los alrededores de la fuente. Al aproximarse bajó la velocidad, no sin aparentar cierto despiste.

Avanzó ya sólo unos pasos y llegó a su lado. No obstante, se detuvo antes de entrar completamente al rango de visión de la joven, quien no dejaba de observar el piso como si esperara que algo sucediese, como si en cualquier momento fuera a surgir un árbol enorme que llegase hasta el cielo para poder subir a través de él, tal cual sucede en los cuentos infantiles.

Toda ella era la viva imagen de la indiferencia. Pero él mantenía firme la intención de auxiliarla en caso de que algo no anduviera del todo bien, con la esperanza de que el tiempo le alcanzara para hacer su buena acción del día y llegar a trabajar a la oficina. Por qué no, sacarle de pasada el teléfono. La brisa adornaba todavía el amanecer, y faltaba ya poco para que sol brillara totalmente, apuntando el lugar en donde se encontraban, sin importarle ramas ni hojas, ni siquiera las gotas salpicantes de la fuente.

Tomó asiento junto a la chica, simulando cierto ajetreo en la respiración. Al principio pensó guardar silencio y limitarse a jadear, hasta que por fin se decidió por hablar.

El clima parece muy condescendiente para estar en pleno invierno… ¿no? – Dijo con simpatía, pero ella no respondió.

Apenas y estaremos a unos doce grados – Mutis de nuevo.

Sintió su rechazo, pero al cabo se dio cuenta que el que lo hubiese ignorado era porque estaba totalmente ida. Y se mantuvo callado, un poco temeroso por la joven; incluso por sí mismo, por andar de cuzco sabrá Dios con quién.

Se dio a la tarea de estudiar la situación. Parecía obvio que la chica se encontraba acongojada por algo. Daba la impresión de que le hubiesen robado el alma, aunque tampoco era parapsicólogo. La verdadera pregunta al final era qué o porqué había llegado a tal estado de inanición, y más aun en un lugar público casi de madrugada. No parecía ser una ebria perdida ni mucho menos.

Decidió demostrar algo de empatía a lo que fuese que le estuviera pasando, e intentó de nuevo incitarla a charlar.

Disculpe, señorita, ¿le sucede algo?… – Pregunta insulsa, cierto. Y la cual de igual manera se perdió en el aire sin respuesta. Entró en cuenta que sin embargo la interacción, si es que se le podía llamar así, daba ya buen comienzo cuando la chica de pronto se conformó con devolver un suspiro a su “interlocutor”.

La luz a medias tintas pareció el reflejo de lo que estaba sucediendo. Daba la impresión que de repente a alguien se le ocurrió apagar el sol, menoscabado, ya por el ambiente, ya por el cielo aborregado, y se nublaron los alrededores.

Estaban ahí, sólo dos jóvenes que nunca se habían visto. La una perdida en su introspección, el otro sumido en ansias de conseguir cuando menos dar un paso justo entre la enramada de sensaciones que se había creado en su interior.

El joven pensó en la magia del amor, o algo por el estilo, que ya no actúa como antes, en tiempos de las novelas, esas que leyó hará unos años cuando iba al colegio. Ahora la química dirige la acción de los amantes, buscándose en el simple flirteo, aunque no estén destinados para nada, o no muestren disposición de estarlo.

Y seguía sin más, pensando y pensando idioteces.

Para acabarla de joder se sintió patético; veinticinco años en su haber: ya era “todo un hombre” y no podía mantener, ni siquiera iniciar una conversación con una mujer. Adjudicó su patetismo a que cuando era más joven dedicó demasiado tiempo al estudio, y excesivamente poco a sí mismo; sin fiestas, reuniones ni celebraciones de ningún tipo. No asistía a uno solo de los festejos que sus compañeros llevaban a cabo con cualquier pretexto para poder desvariar y filtrarse las tensiones, sin mayores ánimos que tomar unos tragos y divertirse.

Se detuvo y dejó de pensar en ese momento. Tras estar en pleno vuelo entre recuerdos y sandeces, aterrizó de nuevo en la banca. El motivo fue que notó cómo ella había movido su mano derecha para colocarla sobre el muslo, de él.

Ambos permanecieron impasibles un instante, pero el hecho que demostrara un trazo de vida le sobrevino cierta exaltación. No era una escultura, no era una estatua y estaba viva, y pareció reaccionar a sus anteriores intentos por conseguir arrancarle una palabra de la boca. Volteó el torso hasta quedar de frente a la joven y la miró fijamente.

No, tal vez fue su imaginación engañándolo, no dio más signos de movimiento. Hasta que, de un momento a otro, la respiración de la chica empezó a agitarse, y aquel inmutable rostro, que parecía hecho de piedra, cobró vida gracias a lo vertiginoso del aliento.

No le dio tiempo al joven de emitir palabra alguna. Apenas intentó decir algo, ella habló, con la voz cortada por la rápida exhalación bucal, aunque con un tono tan armónico que pareciera angelical.

Anoche huí de casa… no podía estar con él… no podía soportar la idea de pensar… mi último día… en una habitación tan fúnebre… tan solitaria… tan amarga… – Dijo y de nuevo se detuvo, en seco, así como lo hizo el aire que expiraba y apareció un poco de rubor sobre sus pómulos.

Él, extrañado por la confesión que tan de repente acababa de hacer la joven, se congeló. No pudo articular sonido por la sorpresa, así que la única reacción que le permitió el estupor fue tomarle la mano que descansaba sobre el muslo. Cuando la tocó, ella apretó de inmediato, como en respuesta a una caricia pero con tan poca fuerza que creyó que se iba a desvanecer a su lado. Y entonces continuó:

Diecinueve años… casi imposibles… – En este punto su aliento volvió a acelerarse –…apenas y puedo diferenciar las calles… hoy debería de estar en clases… y ya cometí mi primer error… una mala decisión… Y duele… duele como un aguijón… por qué lo hice… No fue amor… era un engaño… ¡me engañó!… se volvió en contra mía… se evaporaron las promesas… flotaron y se fueron… y cambió… todo cambió… su rabia… sobre mí… tanto alcohol… tantos sueño desvanecidos… en un instante… y alcancé a escuchar cómo… mis costillas reventaron… y mi corazón… sin ser culpable… más que de amar… de amar… de amar… – Y volvió a quedar callada.

Más que pena, él sintió cómo un profundo sentimiento de aflicción nacía de sí. Un mundo ajeno, totalmente desconocido se le abrió enfrente. Una golondrina aleteó desde uno de los cipreses que se hallaban alrededor, y el ruido que emitían sus alas se fue desvaneciendo poco a poco hasta que dejó de escucharse. Ella permaneció en la misma posición. Él no volteó; sabía que el ave se estaba alejando. Se concentró en la joven. Oprimió el dorso de la mano que envolvía con la suya. Y ésta tembló.

Se sintió tan allegado a ella que por un minuto fue víctima también, y desde lo profundo de su mente se aventuró a decir, mientras clavaba las pupilas en el suelo:

Siempre habrá otros amaneceres; de esos que invitan a comenzar de nuevo… - Sonrió - …y sin importa cuánto se sufra, la oscuridad no es eterna… Llega un tiempo en que se va, y si llega a volver nos encuentra preparados para su regreso… – Dijo en tono de réplica. Y así fue que ya no habló. Y esperó.

Se mantuvieron en silencio. Ella volteó a mirarlo.

Hay ocasiones en que el tiempo se termina… la gente con el tiempo se va… termina su ciclo… se vuelve un jamás… y desfallece… – Contestó tiritando.

Ella comenzó a toser. Él la sujetó entre sus brazos. Intentó tranquilizarla cuando notó que comenzaba a convulsionar. A lo lejos las campanas de la iglesia tocaron las siete en punto.

Su cuerpo se tambaleó hasta caer completamente sobre las piernas del joven. Ahí permaneció estática. Sin embargo, su rostro había cambiado, ahora dibujaba una sonrisa, similar a la de lo bebes que tras mucho buscar encuentran el abrazo de su madre, y ahí la tranquilidad añorada, el calor que otros lugares niegan.

Tosió de nuevo. Un solo tosido más fuerte, y un flujo de sangre brotó de su boca. Casi sin parpadear la cobijó con su propio cuerpo. Ella cerró los ojos, abrazó las piernas del joven. No se movió más.

Él extendió lo brazos por encima de sus hombros y apretó con fuerza hacia su pecho.

Una gota surgió, seguida de varias más. Nacían en el lagrimal, recorrían las pupilas y los párpados, y tomaron camino hasta que huyeron de la barbilla del joven. Una por una, tocaron el aire. Tocaron la mejilla de ella como si desearan darle un último soplo de vida.

Una… dos… tres fueron suficientes para que la chica se reanimara unos segundos. Giró la cabeza hacia arriba y miró a su acompañante directo a los ojos:

Ya es tarde… tengo que dormir… – Musitó para después encunarse, abrazándole las rodillas. Y una vez más quedaron quietos.

Comenzó a sentirse fría, su piel se heló de esa forma en que lo hacen las aguas del mar con el surcar de la tarde, siempre tan apacibles. Los nubarrones que hasta entonces continuaban cubriendo el cielo se disiparon para dar paso a la luz del día. La golondrina, tras haber vuelto de su vuelo, se posó sobre una ramita de ciprés, justo frente a ellos. Observó a la pareja detenidamente, girando la cabeza lado a lado en plena gurrumina de inconciencia, y se sumió en la misma congoja que los envolvía… que lo envolvía a él.

El parque se abarrotó de transeúntes, y el gentío se dejó venir por los pequeños senderos empedrados de la arboleda. Llegó un punto en que las personas eran tantas, todas sumidas en sus propios asuntos, que el pajarillo ya no pudo verlos.

Aun, al último vistazo que pudo darles, permanecían abrazados. Y sus nombres, aunque no los recuerdo, se perdieron entre la multitud…

...

15 ene 2009

CAVILACIONES DE UN VAGO

No es cierto que la luz corra a través de los vitrales. En la ciudad de Sodoma solía llenar primero el umbral de los mendigos y luego placearse un rato entre las azoteas.

Es verdad que una vez vi una libélula guardársela en la boca, pero eso no demuestra nada. Cuando queda refleja en el agua suele proyectar palpitaciones del vaho. Y esa noche la libélula estaba cumpliendo los sueños de su antigua cimiente camaleónica.

Yo mismo guarde una vez la luz de luna cuando paseaba en la rivera del Cáucaso.

Tenía conmigo aún el aroma de las muchachas libertinas de Katmandú. Inherente sensación de vacío. Justamente como la estirpe de la libélula.

Mírala, ya viene.

Te digo, esas chicas visten largos trajes de satín, un poco brillante para mi gusto, y en sus mejillas cobran el sitio de alquiler a los peregrinos. Juan y yo éramos de aquellos. Felices - quizá fieles - parroquianos, en plena flor de la juventud.

Hubo una con las piernas tan venosas, que fácil y pude jugar a los garabatos durante mínimo media hora sin detenerme. No cobraban más de quince francos. Pero podías divertirte de lo lindo.

La matrona se llamaba Excelsa, en su idioma nativo. No me pidas que lo pronuncie porque me da un paro respiratorio. - Seguro que no.

En fin, la señora llevaba encima varios colguijes de oro. El más bonito de todos ellos tenía forma de escarabajo… Muy bien, espero.

Sacude la pierna, que luego vienes a salpicarme los pantalones.

Cuando llegamos nos sirvieron una botella de absenta, que tras un par de tragos terminaron arrebatándonos por norma sanitaria. No vieras cómo la pasamos. Juan acabó a media calle trepado en una de las farolas de aceite para descansar el cuerpo, pues dentro del antro las camas sólo tenían una función.

No te rasques, hijo, ya te digo. Sigue así y terminarás por agravar la picazón.

La que fue conmigo se llamaba Lorena – lo sé, nada fuera de lo común. Pero me agradó su nombre. Cada dos minutos mugía como si la estuvieran inmolando en plena hoguera. Y yo le gritaba: muge más Magdalena.

Al final, me dejó su teléfono anotado en una servilletita para que le llamara la siguiente semana. Más bruto no seré que lo perdí al llegar a Lisboa. No, tampoco lo memoricé. Serían unos quinientos mil digitos.

Deja de lamerme, sabes que no me agrada.

Muy bien, lárgate. Ya terminaré de contarte otro día.

...

11 ene 2009

ALAS DE FUEGO

En medio del campo emprendió camino, con cuerpo de mujer sin rostro. Nadie que le hubiese visto contaba con la habilidad de describirla. Piel de nieve, con algunos destellos en café que almendraban sus mejillas: pequeñas chispas pintadas a toque de pincel. Cautivó a cuanto hombre se atravesó a su paso. La noticia de su caminata recorrió varias ciudades adelantándose a ella, y varias personas la veían pasar, encantadas por su belleza. Envuelta en una túnica plateada, siempre con dirección al oeste. Su túnica era tan larga que no daba idea de lo que hubiera debajo. Su caminar era tan grácil que daba la impresión de volar.

Un día un jovencito escuchó hablar a unas personas de un poblado vecino. Decían que del este, allá donde brilla el sol de oriente, hacía no mucho había llegado un heraldo que anunciaba la llegada de la mujer tan afamada. El joven sintió la necesidad de conocer el rostro de quien tanto aclamaban los viajeros y decidió sentarse a esperarla en un cruce de caminos, en las afueras, que conducía al siguiente poblado con rumbo al oeste.

Se mantuvo sentado en una piedra, en compañía del insomnio, dos días enteros con sus noches. En la mañana del tercer día vio venir hacia él a una mujer por el sendero que cuadraba perfectamente con la escasa descripción de los relatos populares. Era apenas una niña que daba la impresión de haber perdido el rumbo. De inmediato se levantó para mantenerse en pie, justo en medio del sendero. Tan pronto vio que la joven se encontraba a una distancia considerable para que él entrara en su rango de visión, levantó la mano en señal de saludo. La niña sonrió y él supo que las historias que había escuchado de ella eran mentiras: advirtió que podía sonreír.

El joven preguntó:
- ¿Cómo te llamas?…

A lo que ella respondió:
- ¡Te llamas Poeta!

Entonces el joven la interrogó una vez más:
- ¿Cómo me llamo?

De súbito, desde tras ella, pudo observar cómo se elevaban dos flamas encima de sus hombros. En un instante las flamas, que en un principio se percibían bastante pequeñas, crecieron hasta alcanzar un tamaño descomunal, suficiente para cobrar forma de dos gigantescas alas.

Comenzó a aletear. Empezó a flotar un par de metros sobre el suelo, mirándolo fijamente mientras él se mantuvo inmutable. Una vez que dejó de mirarlo emprendió el vuelo de regreso al oriente: allá, donde conocen su nombre, en un lugar que se encuentra debajo el sol…

...