18 abr 2009

REFLEJO

Todo alrededor borroso. La mirada legañosa. El despertar maltrecho. Y los pinchazos en la cabeza, cada vez más fuertes. Me aprisionan. Siento punzadas, como cuchillos invisibles en mi cerebro. Únicamente cierro los ojos y siento. Me concentro en sentir las punzadas, las arrítmicas pulsaciones cardiacas de mi cuerpo. Abro los ojos y observo el suelo, con sus envases de cerveza vacíos y un par de pelucas rubias y mal peinadas. En realidad, casi deshechas.

El piso de duela, algo maltratado en ciertas partes, y a primera vista se nota que le hace falta una buena encerada. Entre los envases y las pelucas lo más interesante. Dormido, y con el lápiz labial rojo sangre que compré para Lissette hace un par de días junto al rostro, un tipo.

No lo reconozco. De hecho, llevo rato observándolo y aún no logro saber quién mierda es el cabrón.

Todavía no despierta. Creo. Al parecer es alto pues ocupa un buen cacho de suelo, y la espalda ancha da la impresión de que es uno de esos ejemplos de macho tozudo, de hueso grueso, que suelen pesar más de lo que aparentan; maldecidos por una seria falta de sentido común. Trae puestos unos jeans azules, deslavados, con manchas cafés en las rodillas y el trasero. Sin camisa, y a pesar de los pectorales bien trabajados, carga en el abdomen un bulto malformado de grasa, que cuelga y se desparrama en la duela como un costal de harina tirado al azar. Aunque su piel es blanca, con un tono lechoso, su cabello es muy oscuro: largo y en caireles que no me han permitido verlo bien. De no ser porque nada le cubre el torso, fácilmente lo confundía con una mujer gracias a la melena. Aunque una bastante obesa y masculina.

Por un momento pensé que era Javier pero él, cuando siente que los estragos del alcohol le ganan, suele buscar un lugar más cómodo para dormir que la frialdad de un piso de madera. A pesar del calor, puedo sentir lo helado del suelo. ¡Alguien debería comprar un abanico!

Aún con las punzadas. No recuerdo ningún lugar con finta de cancha de baloncesto. Todo me resulta desconocido. No suelo desconcertarme por cualquier pendejada. No siento cansancio. Pero la resaca. El gordo la haría bien de almohada.

*****

No sé dónde ni con quién jodidos estoy. ¿Qué putasmadres hago yo aquí, despertándome frente a un desconocido? De a dónde fui la anoche, no tengo la menor idea. Hasta el momento sigo con la mente bloqueada, como si el cassette estuviera en reward. Por eso prefiero los CDs. Hasta donde logro acordarme, iba a pasarla en casa de Marco, con él y con Javier, echando tragos en honor a la pereza. Sí, de eso sí estoy consciente: íbamos a beber ron mientras jugábamos en la computadora. Cualquier cosa. El Internet y la consola del X-box. Las noches de ocio de fin de semana. El weekend de los desheredados. Por lo menos esa era la idea cuando salí de casa…

Y de regreso. ¡Puta, otra vez! Ya no son sólo punzadas. Arde. Mi cuerpo completo hirviendo en aceite. ¡Maldita la herencia de Cuauhtémoc! La cabeza quiere darme vueltas… ¡Bien! Además de estar completamente en la pendeja, sumémosle a eso un complejo a la “exorcista” de tipo hipocondriaco.

¿En qué estado me habré puesto para terminar así?, y para acabarla de joder con amnesia temporal… O eso espero.

…No puedo detenerme en idioteces. Movilizarme. Necesito movilizarme, si no, no voy a recobrar nada… la memoria… o como quiera que se llame.

Es extraño. Me imagino que la fiesta estuvo salvajísima. Aunque dudo que los juegos de red provoquen estos pedos. Eso, o nos pasamos de copas. Al fin que no soy de los que beben con renuencia. Al buen entendedor, pocos tragos. Lo raro es que no tengo resaca… ¡Sí!… ¡No!… ¡Puta!… Okidoki: no tengo sed. Puras pendejadas. Pero de que todo yo de hombros pa’arriba me fui de vacaciones, no hay duda. Sólo dejo el dolor, las punzadas… el ardor. Alguien está haciendo carnitas de mí.

Es como si mi cuerpo no fuera mi cuerpo, siempre víctima de la deshidratación mañanera. Además no hay víctimas. No hay nadie además de don Tripas, las pelucas y los envases. Espera, y el lápiz labial de Lissette, que cómo chingados terminó en el suelo junto a quién sabe quién sea este cabrón.

¿A quién le estoy hablando?

Nombres van y vienen. Retumban en mi cabeza como si estuviese vacía. Eco: Marco… Javier… Marco… Javier… y de pronto no sé quiénes son esos cabrones… Sí… No… ¡¿Qué putada me está pasando?! Nombres que se han quedado sin rostro. Y no me acuerdo ni del mío.

Todo se detiene. Tranquilo, es la primera vez que pasa… supongo.

¿Qué chingados me metí?

Recuento. Hagamos un recuento: hay un tipo en el piso, botellas y pelucas. El piso es de duela, ¿qué más? Un sofá azul con brazos de madera en la esquina izquierda, abarca casi toda la pared. Y la pared es gris, un color bastante triste para la ambientación. Escenas de terror peliculescas. Como cinco metro de pared, y la otra habrá de medir unos siete. Poco más, poco menos. Hay una cama frente a mí, despuecito del panzón, pegada al muro. Es individual y tiene un cobertor encima, amontonado en la cabecera, tejido en café y morado, no muy grueso al parecer, y menos de mi gusto, debo decir. Aparte de eso no hay nada. Ni ventanas. No, sí hay. Una… dos puertas. Una de metal que está cerrada, paralela al sofá. Otra a mis espaldas, frente a la cama. Los límites de campo entre este puto y yo. La miro de reojo. Es de madera, y está entreabierta. El panzón y los otros al centro.

¡Ropa! Ni siquiera la había visto. Son varias cosas. Abajito del gordo. Una camisa… supongo que es de él. Una falda, una camiseta de tirantes y pantaletas. ¡Puta! ¿Mías? No… sí… Ya no sé ni en qué estoy pensando… Tal vez es un efecto visual, pero a primera vista parece que… ¡tengo senos!

Ni al cuento: estoy desnudo… o desnuda. Como sea. No recuerdo ser mujer. Si soy mujer no lo sabía. Y sí lo soy, o lo parezco.

Caderas. Caderas y senos. Pero no, mi cabello está cortito. Apenas y puedo palparlo con mis manos… pequeñas, aperladas, como de mestizo… mejor dicho mestiza. Pero aún no recuerdo cómo me llamo. ¡Puta memoria de pollo! Lo más aterrador es ver el pinche cobertor amontonado sobre el colchón, tan impasible, inmutable, como si supiera mi preocupación. El idiota del piso no se dio tiempo de ponerse la pijama, no obstante la cama fue usada.

Sólo de pensarlo me dan náuseas.

Mujer, ya caí en que soy mujer, pero aparte de eso pendeja. Cómo que revolcarme con tremendo troglodita. Y de remate, chance y hasta es travesti. ¡Puta madre! Aunque con tremenda melena dudo que necesite mucho de las pelucas. Tal vez los envases la hacen de consoladores. Refrigerados un ratito.

¡Mierda, que hasta me dan escalofríos!

OK, camino unos pasos hasta el sofá y me siento. La escena desde este ángulo no es menos patética. Lo único que cambia es que ahora la puerta de metal la tengo de frente y el otro puñetas está dándome la espalda, en la misma posición, casi fetal. No creo que esté muy dotado, de ser así pura madre que se me olvidaba el acostón. Cuando un hombre es bueno para el sexo una debe recordarlo, aunque estén prohibidas las emociones… supongo.

¿Y de dónde me salió lo filósofa? Ya estoy sacando conclusiones como toda una experta cuando hace diez minutos no sabía ni que era vieja. Pero así deben ser las cosas, digo, cuando vas a hacer algo, hazlo bien. Eso sí recuerdo haberlo escuchado alguna vez.

La noche de anoche. Qué hermoso pleonasmo. La verdad no sé qué significa eso, pero las palabras brotan de mí como notas de algún instrumento musical. El orden magistral. Tampoco sé qué chingados es eso. Hasta la palabra “anoche” se encuentra vacía, toda sin sentido ni significado. No tiene ningún significado, parece meramente simbólica, como si quisiera darme a entender lo puñetas que soy. Y esos putos nombres: Marco… Javier… de nuevo, rebotan de lado a lado en mi cabeza. Ya ni siquiera tienen orden, sólo juegan ahí dentro. Se avientan un futbolito de neuronas. Y “anoche” continúa sin sentido, toda llena de varios “tal vez” y “posiblemente”; el universo del anonimato.

El rompecabezas que viene a suplir al Medal of Honor y las manos de baraja. O como dicen los gringos: puzzle, fonéticamente tan parecida a push, por lo menos a mi percepción, y que indica esta última el funcionamiento de un botón: encender y apagar. Como lo hicieron con mi cerebro, y con mi cuerpo. Tanto así que aun digo pendejadas al aire sin saber qué putasmadres significan. Hipocondríaca y paranoica. Y los fonemas enclavándoseme en la cabeza: push = pussy, aunque probablemente menor qué. Lo bueno es que soy buena para las matemáticas. Esa justa palpitación en tono rosa mexicano, pussy-pussy-pussy, cubre completa la habitación. Medito, siento cómo el sudor me lubrica en todos lados… lo cual resulta bastante asqueroso.

Me imagino que camino por el jardín. Un jardín. El de una casa que no consigo imaginar completamente, y que de seguro es la mía por más que la desconozco. Me encuentro vestida con la falda ahí tirada, plisada y en color verde. La blusa no consigo definirla. Entrecierro los ojos. Podría ser un top muy fresco, o una blusa de botones y manga larga. Todo depende de la temporada. Digo, si soy mujer se supone que me importan esas pendejadas, que si no, ya me puedo sentir más rara que hace rato. De cualquier manera no sé cómo esté el clima allá afuera. Y no me importa en lo más mínimo. Por ende, en cualquier caso, la imagen entera será monocromática. Y la blusa, la dejaremos en manga corta para evitar inclinaciones que ni al caso. Pero qué pendeja: de tirantes como la camisetita del suelo.

Tal vez caminé hasta la parada de autobuses. Que lo que sea es un albur. Y esperé sentada. Me senté. Otro albur. Y los hombres que pasaban por la calle me miraban con lascivia. Algunos como si me conocieran, o me hubieran visto antes. Que si el rumbo es habitual, lo más probable es que así fuera. Que al cabo no importa, los hombres miran ganosos todo lo que tenga chiches, o aunque sea unas nalgas bonitas. “Agujero aunque sea de caballero”, suena lindo.

Se puede añadir feminista a la lista de mis complejidades.

Probablemente fue media hora lo que esperé ahí. No sé porqué, pero me imagino que eso es lo que tardan los autobuses de la ciudad. Claro, dado que estoy en una ciudad… supongo. Además la media es la medida perfecta: ni más ni menos sino todo lo contrario. Eso lo leí hace rato. Para que fuera una hora, la hubiera mejor destinado a otra cosa, y de ser menos no valdría la pena pensar en una espera decente. Cuando por fin llegó. Uno de esos colectivos estilo película británica pero sin los asientos al descubierto. Sólo el tamaño desmesurado. Y lo abordé: era la ruta X. Será mejor dejarlo indefinido en una variable, pues un número cualquiera es extrínseco a mi memoria. También eso suena lindo

¡La ruta X! Tan llena de posibilidades. La misma que probablemente me llevó hasta casa de Marco. ¡Cabrón sin cara! Después de media hora… treinta y cuatro minutos para establecer una medición exacta. Posiblemente al bajar de ella me dejó a unas tres calles de distancia. Supongo que los autobuses no transitan más que por avenidas y nunca en zona residencial, así que serán tres calles. Menos me parecería una falacia, y una sola más ya me daría hueva. A partir de ahora el tres será mi número favorito.

Imagino gente en la calle, mirándome, igual que lo hacían los tipos de la parada de autobuses. Tres lindas calles de subida, entre el frío de las nueve de la noche. Voto mejor por la blusa de manga larga. Digamos que se me olvidó en casa del otro cuate. Y por fin, en la esquina de una calle sin nombre, para variar. La casa del cabrón que se llama Marco. Me acerqué a la puerta. Ahora. Estoy ahí. Golpeo tres veces. Sólo las necesarias. Escucho pasos aproximándose, lenta pero estridentemente. Igual de lento se gira la perilla y…

¡A la mierda! Otra vez. Como si fueran agujas picoteándome el cerebro. Pequeñas espinitas con estragos monumentales. Palomitas, palomitas, palomitas. ¡Vaya forma de ver el mundo! Por putasmadres que ya no aguanto más. Sentado. De pie. Sentada. Cada vez atacan más recio. Será mejor largarme de aquí. Si no nunca voy a dar con algo en concreto.

Me levanto del sofá y camino hacia donde está la ropa. Pantaletas y falda, plisada y color verde. Dado que no lo sé exactamente daré por sentado que ésta es mi blusa. Si ya me lo imaginé así. Me la pongo como si fuese lo primero a la mano. Espontánea. Finjo estar despistada. No, mejor la camisa de mi amiguito, por si las dudas del frío. No está de más decirlo, el tipo tiene un gusto horrible. De cuadros. Parece leñador sureño del gringo. No sé qué chingados quise decir, pero ya lo dije. No. Mejor la camiseta, blanca y simple, de interior. De hecho es de hombre. Mi blusa quién sabe dónde esté, si es que traía. Ah, no, es esa. Pendeja.

Pero no te preocupes sansón, te prometo que no me iré sin despedirme. Flojito, flojito.

Ahora sí, a la mierda. La puerta de madera conduce al baño. Todo lo que se alcanza a ver es un espejo y el lavamanos. Ni para qué indagar más. La otra es la salida, pues a la otra iré.

Cerrada. Bueno, al menos eso me queda de consuelo: no es tan imbécil.

Seguro que la llave la trae en los pantalones. ¡Asco! Pero ni modo, habrá que tocarlo. Al cabo la mezclilla evitará que siquiera lo roce… Por amor de Dios, ¿qué es, un híbrido de mapache? Con tanto vello de seguro hasta tiene pulgas… Pero de burro ni madres. Ni a potrillo compadre.

Me lleva la chingada, no la tiene en los bolsillos. ¿Sabes dormilón? Ya boca arriba no te ves tan pinche. Podrías trabajar de montículo de béisbol. Algo de ejercicio no te caería mal.

Piensa niña, dónde pudo haber puesto las llaves. En el baño. Seguramente en el baño. Tal vez al tratar de ponerse bonito las dejó sobre el lavabo. O sobre el retrete después de haber parido. Que mierda, debe haber bastante ahí dentro. Es un barrilote.

Y despacio. Unos cuantos pasos hasta la puerta de madera.

El sanitario. Uno esperaría algo de aseo en estos lugares de vez en cuando. Sobre todo si vas a poner el culo pelón en un sitio desconocido.

La fetidez total. Hay agua regada por todos lados…

El trono. Ni en el excusado, ni en el lavamanos. Es estúpido, ¿dónde puso las pinches llaves?

Ahora estoy frente al espejo. Es extraño. Posiblemente lo más extraño que me ha pasado desde que me levanté. Pero no logro reconocerme. La cara un tanto ovalada. Mejillas regias y rojizas. Blanca, inclusive más que él. Debo suponer que eso es por el ron. Si es que hubo ron. Pelo corto, aunque no tanto como pensaba: negro azabache. Ojos pequeños color miel… ¡Qué mierdas! Parezco actriz de cine con el cuellito tan delgado. Si no lo soy, ya sé por dónde irá mi vida cuando logré salir de este muladar.

Ojos nunca vistos; «ojos bien abiertos». Frases prestadas de alguna película. Pensaba que sería lo mínimo que reconocería. La mirada, la pupila y el iris, debieran de ser tan propios como el pensamiento. Es imposible que no me haya visto antes. Ahora me pregunto si estaré soñando. Esto ya es un chiste. O estoy demente, o acabo de nacer y el cabrón de afuera me parió… Bueno, un complejito más a la lista.

Lissette… Lissette… Lissette… La del lápiz labial rojo sangre. Pero ella es… no, ¿mi novia? Pensándolo bien, necesito un trago. No entiendo ni madres. Y este lavabo está tan flojo como la panza de mi papá. Como si hubiesen estado jodiendo encima de él.

Perfecto. Quiero vomitar.

No confío en destapar el retrete. Sabrá Dios qué chingados tendrá dentro… En una de esas y sale mamá, y ora sí: ¡Qué viva la familia!… La tina. Sí. No pasa que tenga pelos del panzón. Chance y encuentro las putas llaves.

………

¡¡¡Puta!!! ¡¿Qué chingados?!…

¿Dónde estoy, en un matadero?… Me tapo la boca. Para acabarla de joder, ahora sí, no sé a dónde me vine a meter: un cabrón tirado fuera y otro destazado en la tina…

¡¡¡Dios, qué asco!!!… Hiede culero… peor que mi papá…

La puta peste atraviesa mis dedos. El mojón que alcanza al fin la luz… Oficialmente estoy, o en una pesadilla, o en una película de terror con bajo presupuesto… Extraoficialmente, soy buena filósofa. Pero a éste sí lo reconozco…

¡Guácala! Esto es pura mierda… No puede ser… Es estúpido… Tantas pendejadas… Ni que fuera discurso político…

Es… Soy… ¿Yo?