4 may 2009

UN GRITO DESESPERADO

Corría un día sábado como cualquiera, cuando un Saúl como cualquiera decidió salir de casa para ver un proyecto dancístico que se presentaba en el Teatro de las Artes de la bella ciudad de Monterrey. Tras haber disfrutado de la función recordó que había quedado de verse con su amiga Lily Papaya en un bar de la zona centro para degustar algunos tragos y actualizarse mutuamente sobre cómo les trataba la vida.

Después de llamar a la joven Papaya para confirmar la cita, llegó presto al lugar para tomar asiento en la barra y comenzar a beber la montaña de cervezas que tenía planeada. Entonces Lily y el resto de la banda dieron inició con su arribo al sitio destinado. Pero este peculiar Saúl cargaba consigo la manda de retirarse temprano, ya que su capital apenas alcanzaría para los tragos necesarios en el bar, y su autobús se convertiría en calabaza al sonar la medianoche.

Entonces la joven Papaya decidió pararse de su asiento a bailar con la bella Melyly y el muy estimado Mario, a lo que este Saúl decidió permanecer sentado frente a la barra bebiendo como buen entendedor. De pronto, dado que aquel bar era conocido por ser sitio de reunión de los góticos de la ciudad, llegaron ahí un grupo de jóvenes muy afeminados y con sus trajes de noche. Fue entonces cuando uno de aquellos se acercó y tomó asiento bien sobres con cara de “necesito hombre” junto al pobre bebedor, que tras verse en embestida optó por poner pies en polvorosa y se lanzó hacia la pista para bailar con sus amigos.

En esas andaba cuando una chica de no-malos-bigotes, quien se encontraba bailando con los demás, comenzó a destinar sus cadenciosos movimientos hacia la entrepierna de este despistado Saúl. Después de un par de piezas resultó obvio lo que el cruel destino tenía preparado para él, sobre todo cuando la chica lo condujo sin vacilar hacia el otro lado de la pista junto a una pared. Una vez ahí tomó a este inocente Saúl de la mano y se la colocó muy insinuantemente en uno de sus protuberantes senos…

A lo que Saúl puso cara de “¿WHAT?”

Siguieron bailando un rato cuando la chica se cansó, así que fue por su suéter y decidieron sentarse a conversar y continuar con el desfile de botellas. Platicaron de muchas cosas. La chica era actriz y cantante con un proyecto a presentar en un teatro de la ciudad, lo cual a Saúl pareció muy interesante. Pero su carroza amenazaba en convertirse en calabaza, por lo que a las 11:30 tuvo que decir a la chica: “ahí nos vemos… ya me voy”.

Ella repuso un contundente: “nooo!”, y se le fue encima atormentándolo con extravagantes besos y caricias. Ante tal castigo, el torturado Saúl debió avisar a su inquisidora el porqué debía irse, ya que no contaba con presupuesto suficiente para tomar un taxi a casa. A lo que ella replicó: “no te apures, yo me voy a la una… te vas conmigo y te quedas en mi casa”.

Una vez más, Saúl puso cara de “¿WHAT?”

Pero encendido por “la duda” decidió aceptar. Así que siguieron echando tragos, mientras el acomedido Saúl debió soportar con fortaleza aquel cruel tormento de besos y caricias.

Ya cerca de la una de la mañana ambos salieron del bar y dirigieron sus pasos a una tienda cercana ® para comer un jocho. Una vez saciado el paladar salieron de nuevo a la avenida para tomar un taxi con rumbo al poniente de la ciudad, donde la chica alegó se encontraba su hogar.

Tras intercambiar algunas palabras con el amable conductor llegaron por fin a su destino, y ya bajo la unidad se plantaron ante las puertas de la cochera cuando de pronto la susodicha empezó a gritar a todo pulmón: “MAMAAAAAAAAÁ!!!!!”.

Nuestro extrañado Saúl volvió poner cara de “¿WHAT?”

Entonces ella volteó y le dijo: “es que no traigo las llaves…”

Pasaron los minutos y nadie salía. Al mismo tiempo que la puerta no daba señas de ceder en sus intentos de aplicar las antiguas quisquilles de “ábrete sésamo”. La chica desesperó y decidió gritar aun con mayor fuerza:

“MAMAAAAAAAAÁ!!!!!”

“PAPAAAAAAAAAÁ!!!!!”

“ABUELITAAAAAAA!!!!”

Saúl volvió al “¿WHAT?”… y pensó: “en la madre… aquí está toda la familia…”

Cuando de un instante a otro la puerta se abrió dando paso a una señora que muy amistosamente les recibió enfundada en los más híbridos pans-pijama. En ese momento el valeroso Saúl trató de zafarse alegando que un amigo suyo vivía cerca de ahí, y que solamente había acompañado a la chica para demostrar sus dotes de caballero y que no tuviera que atenerse a los peligros de regresar sola. Pero sus intentos fueron inútiles. La señora los adentró en el recibidor. Enseguida el atolondrado Saúl y la chica subieron al segundo piso. Se adentraron en unos de los cuartos que ahí se encontraban y dejaron a la señora con bien para que pudiera descansar.

Saúl pensó: “¡ya chingué!”

Por desgracia su alegría era una víctima más de las crueldades del destino, pues resultó que la chica únicamente subió con él para mostrarle las instalaciones y se acomodara mientras ella recogía sus correspondientes pans, dado que dormiría con sus papás. Sin embargo, antes de marcharse no cesó en sus cuantiosos tormentos de besos y caricias con los que continuaba martirizando a nuestro condenado Saúl, quien para ese momento ya no podía salir de su cara de “¿WHAT?”.

Una vez cumplida su tarea, la chica se marchó, pero al poco tiempo mientras nuestro héroe se retiraba los zapatos volvió so pretexto de haber olvidado el celular. Una vez más partió y regresó cuando el intrépido Saúl se encontraba ya recostado, con otro pretexto igual de lúdico. En ambas ocasiones siguió atormentándolo con sus desdenes de placer impúdico.

Así, llegó la madrugada con sus desplantes de tranquilidad y sereno, pero Saúl tuvo que pasar la noche solito y frío entre instrumentos musicales y peluches.

A la mañana siguiente despertó de súbito al escuchar un gran estruendo en la planta baja, pues la chica practicaba su mágico canto engatusa-hombres y tenía la música puesta al máximo. Aguantando como Ulises, caro a Marte, Saúl decidió no salir de la habitación, ante el aún fresco temor de aquella noche. Casi una hora después de haber comenzado el concierto de imprecaciones al mal, se pudo percibir en la distancia el sonido de un automóvil que se allegaba a la cochera de aquel templo a la inmolación. Fue en aquel instante cuando el gallardo Saúl decidió que era el momento de abandonar aquel infierno y se dedicó a preparar lo necesario para emprender la graciosa huída.

Cargó consigo la bufanda y el saco que descansaban plácidamente sobre el respaldo de una silla, y presto se lanzó a enfrentar las Furias que aguardaban en su camino hacia la luz del astro rey. Al bajar las escaleras, la señora que les recibió recién llegados lo detuvo antes de alcanzar los placeres de la libertad. Y con el mismo tono amistoso con que se había dirigido a él en la encumbrada noche le pidió que no apremiara su salida e hiciera el favor de permanecer hasta después de haber almorzado con la familia varios manjares que tenían ya colocados en la mesa.

Nuestro tácito héroe pensó de nuevo: “¡en la madre!… ¡de aquí salgo con bodorrio!”

Y decidió hacer uso de su distintiva sagacidad. El hábil Saúl decidió optar por el pretexto de tener que ir a recoger urgentemente un encargo que su “hermana” le había pedido hiciera lo más temprano posible. No obstante, para alargar más su salida y dejar que las llagas del sufrimiento y el desdén calaran aun más hondo de lo que habían conseguido adentrarse en su recrudecida alma, la mujer lo dejó en espera de que la chica, quien le había conducido con engaños y auspicios de placer hasta aquel sitio, pudiera salir a despedirlo. Ella hizo acto de presencia con unas marañas de cabello que bien pudieron emular las serpientes que adornaban la cabeza de Gorgona. Y cual Perseo en Dicterión en Samos, con un indiferente “ya me voy…”, decapitó los deseos de aquella moderna Medusa.

Sin más remedio, la chica condujo al imponente Saúl hasta las puertas que daban a la calle. Y aunque sin estandarte ni blasones, pudo cruzar el portal de aquel Hades, cuyo umbral se pintaba de hermosura conforme era iluminado por la esperanza.

Delante de sí parecía encunarse solamente la libertad, pero no es posible detenerse a esperar más que lo inesperado, y la mortaja de los dioses todavía tenía preparadas un par de sorpresas para quien cuyo único delito había el de confiar ciegamente en los solsticios del placer.

Una vez alcanzadas las bondades del día, el ahora más cauteloso Saúl pudo salir de la escena y correr despavorido por las calles de la ciudad; para ser más precisos: por Gómez Morín. Al llegar a la primera estación de trenes a su alcance buscó con ansias el auxilio del metrobús para poder regresar sano y salvo a su morada. Pero, ¡oh, sorpresas del destino que no quieren que un hombre bondadoso cumpla con sus actos!, al desembolsar el dinero que tenía en el pantalón pudo notar que únicamente contaba con la cantidad de siete pesos, contantes y sonantes. Supuso que el resto debió caerse en la cama durante alguno de los martirizantes ataques y jugueteos de la noche anterior, misma que por las prisas de abandonar aquella cámara de torturas no se dio el tiempo de revisar. Por desgracia, la tarifa del metrobús ascendía a la asombrosa cantidad de siete pesos con cincuenta centavos, lo que le dejaba de lleno fuera de la jugada.

Salió de la estación y alcanzó una vez más el imperioso frío de la intemperie. Tomó camino sobre la avenida en busca de un cajero bancario que pudiera sacarle de tal apuro. Anduvo sigilosamente algunas cuadras hasta que su débil mirada pudo a percibir a lo lejos el oasis que haría medra en su sufrimiento. Ubicándose dentro del cajero sacó la cartera y entró en cuenta que sólo cargaba consigo una de las tarjetas que abogaban por su bienestar monetario, cuando al revisar el saldo en la máquina se vio presa de una nueva calamidad, pues aquélla no contaba con cantidad suficiente para embolsarse ni un billete. Las gracias del aporte gubernamental que le auspiciaban, alias beca, no habían sido concretadas, así que debió continuar una larga brecha hasta que la esperanza volviera a sacudir los embistes de las Parcas.

Cuarenta y cinco minutos casi exactos fueron la cúspide en su andar, cuando finalmente pudo dar con la afamada avenida Ruiz Cortines. Ahí podría tomar una ruta de autobús que le condujera hasta su añorado destino, o al menos a una distancia que no fuese tan monumental como desde donde se encontraba. Gracias a los dioses ésta costaría únicamente cuatro pesos con cincuenta centavos: cantidad que alcanzaría perfectamente con el presupuesto que enfundaba.

El bus llegó al fin y nuestro cansado Saúl pudo alcanzar los lares de una colonia ya muy conocida en la ruta de regreso a su cobijita preferida. Caminó de nuevo, cada vez más bravo, pero ahora con un rumbo fijo y la única meta de llegar a su hogar.

Finalmente consiguió su propósito. Pero al contar la triste historia que os narro, su madre no hizo más que atacarse de la risa en plena cara del joven, quien confundido sólo pudo contentarse en lanzar unos de sus ya conocidos “¿WHAT?”. Así que corrió sin rumbo, gritando como niña despavorida, hasta que tras haber perdido la noción del tiempo y el espacio decidió contar sus penas al viento.



...

No hay comentarios: