15 ene 2009

CAVILACIONES DE UN VAGO

No es cierto que la luz corra a través de los vitrales. En la ciudad de Sodoma solía llenar primero el umbral de los mendigos y luego placearse un rato entre las azoteas.

Es verdad que una vez vi una libélula guardársela en la boca, pero eso no demuestra nada. Cuando queda refleja en el agua suele proyectar palpitaciones del vaho. Y esa noche la libélula estaba cumpliendo los sueños de su antigua cimiente camaleónica.

Yo mismo guarde una vez la luz de luna cuando paseaba en la rivera del Cáucaso.

Tenía conmigo aún el aroma de las muchachas libertinas de Katmandú. Inherente sensación de vacío. Justamente como la estirpe de la libélula.

Mírala, ya viene.

Te digo, esas chicas visten largos trajes de satín, un poco brillante para mi gusto, y en sus mejillas cobran el sitio de alquiler a los peregrinos. Juan y yo éramos de aquellos. Felices - quizá fieles - parroquianos, en plena flor de la juventud.

Hubo una con las piernas tan venosas, que fácil y pude jugar a los garabatos durante mínimo media hora sin detenerme. No cobraban más de quince francos. Pero podías divertirte de lo lindo.

La matrona se llamaba Excelsa, en su idioma nativo. No me pidas que lo pronuncie porque me da un paro respiratorio. - Seguro que no.

En fin, la señora llevaba encima varios colguijes de oro. El más bonito de todos ellos tenía forma de escarabajo… Muy bien, espero.

Sacude la pierna, que luego vienes a salpicarme los pantalones.

Cuando llegamos nos sirvieron una botella de absenta, que tras un par de tragos terminaron arrebatándonos por norma sanitaria. No vieras cómo la pasamos. Juan acabó a media calle trepado en una de las farolas de aceite para descansar el cuerpo, pues dentro del antro las camas sólo tenían una función.

No te rasques, hijo, ya te digo. Sigue así y terminarás por agravar la picazón.

La que fue conmigo se llamaba Lorena – lo sé, nada fuera de lo común. Pero me agradó su nombre. Cada dos minutos mugía como si la estuvieran inmolando en plena hoguera. Y yo le gritaba: muge más Magdalena.

Al final, me dejó su teléfono anotado en una servilletita para que le llamara la siguiente semana. Más bruto no seré que lo perdí al llegar a Lisboa. No, tampoco lo memoricé. Serían unos quinientos mil digitos.

Deja de lamerme, sabes que no me agrada.

Muy bien, lárgate. Ya terminaré de contarte otro día.

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